Como una medusa en las profundidades del océano, se mueve lentamente, aparentemente inofensiva, pero alberga un potencial destructivo: los procesos de corrosión.
Desapercibidos, ocultos, pero siempre presentes. Debilitan las estructuras y, a largo plazo, amenazan la estabilidad de las construcciones. Los métodos inteligentes ofrecen una respuesta eficaz.
La monitorización de la corrosión detecta la “corriente” corrosiva, mientras que técnicas como la protección catódica o la extracción electroquímica de cloruros ralentizan su avance y actúan activamente para contrarrestarla.
Inspirados en la naturaleza –como organismos especializados dentro de un ecosistema– estos sistemas mantienen un equilibrio estable, neutralizan influencias dañinas y previenen el deterioro adicional.
Esto permite una interacción duradera, controlable y sostenible entre la tecnología y el entorno, prolongando la vida útil de las estructuras, conservando recursos y reduciendo las emisiones de CO₂.